Capítulo 8

Una hora más tarde, ya no estaba tan segura. Regresaron del parque abrazados, felices y exhaustos, para encontrar en la puerta al tío Harry.

—Creo que me morí y volví a nacer como máquina contestadora —se quejó—.

El teléfono ha sonado toda la tarde.

—¿Quién llamó? —preguntó Lesley.

—Reporteros, editores, la madre de Matt. Y Jacques.

—Oh, Dios —dijeron Matt y Lesley al mismo tiempo.

—¿Y qué querían? —preguntó él.

—Tu madre, a ti. Los editores, tu reacción.

—¿A qué? —preguntó quitándose la chaqueta y colgándola.

—Capturaron a un par de terroristas.

—¿A quiénes?

—No lo sé. Puedes llamar a cualquiera de estos tipos —Harry le entregó una lista de mensajes telefónicos—. Estoy seguro de que te informarán gustosos.

Lesley se acercó a mirar por encima del hombro de Matt, pero éste ya iba en dirección del teléfono.

—Y tú —le dijo Harry antes que pudiese seguir a Matt—, Jacques insistió en que lo llamaras sin importar a qué horas regresaras.

—¿Qué le dijiste? —Lesley deseó que Harry hubiese tenido más tacto que de costumbre.

—Que habías salido. Tú puedes comunicarle el resto.

Tendría que hacerlo, de inmediato. Tan pronto como Matt desocupase el teléfono. Podía escucharlo hablar en el otro cuarto, haciendo preguntas. Y cuando se acercó a la habitación, vio que asentía y se pasaba los dedos por el cabello. Era una postura que recordaba muy bien. La había visto innumerables veces. Significaba que estaba interesado, y que en cualquier momento colgaría el teléfono y se dirigiría a la puerta.

¿Aquella era la llamada que lo tentaría? ¿Sería esa la historia que no podría resistir? Lo ignoraba.

—Sí, así es. Ambos son unos desgraciados —luego de una pausa, añadió—: No… no —buscó por la habitación un cenicero, y luego sacó un cigarro—. Porque no quiero —Lesley contuvo el aliento, esperando mientras Matt escuchaba lo que el hombre al otro lado de la línea tenía que decir—. Simplemente… no. Mira, Dave, lo Nº Paginas 78-119

digo en serio —caminaba de un lado a otro de la habitación, con el teléfono—. Sé que es una buena historia… Sería un tonto si no lo supiera. Pero no iré, no quiero hacerlo

—su mirada se encontró con la de Lesley y le dirigió una cansada sonrisa.

Ella también le sonrió, apoyándolo. Era obvio que Dave seguía hablando, porque Matt frunció el ceño y volvió a pasear por la habitación. Luego Lesley le escuchó decir con convicción que había tenido suficiente, y que le dejaría saber si cambiaba de opinión, pero que no lo haría.

Apenas había colgado el teléfono, cuando volvió a sonar.

—No, no está aquí, lo siento —dijo y colgó.

—¿Para ti? —supuso Lesley.

—Harry está en lo correcto. Esto podría convertirse en un circo.

—Carlisle quería que fueras, ¿no es así? —a Lesley nada le importaba mientras Matt se mantuviera firme.

—Sí.

—Eso pensé.

—Pero no he aceptado —la tomó entre sus brazos.

—¿No te sentiste tentado? —preguntó mientras lo abrazaba.

—No. Estos últimos días sólo tú puedes tentarme —le sacó la camiseta del pantalón.

El teléfono volvió a sonar:

—Demonios —murmuró—. ¿Quién es? —inquirió al auricular, y Lesley escuchó débilmente la voz de Jacques preguntando si podía hablar con ella.

—Respecto a mi esposa… —comenzó Matt, pero Lesley le quitó el teléfono de la mano.

—Hola, Jacques —dijo sin aliento, mientras Matt le mordisqueaba una oreja—.

El tío Harry me dijo que llamaste.

—¿En dónde has estado?

—Fui… a dar un paseo —luchaba por ignorar la sensación de los labios de Matt en la sensible piel del cuello.

—¿Evitando a Colter? Puedes venir a verme.

—No, gracias. Necesito… hablar contigo.

Dijo abruptamente, soltándose de los brazos de Matt y se resguardó detrás del sofá.

—Déjame hablar con él —murmuró Matt. Lesley negó con la cabeza.

—Me alegra escucharlo —dijo Jacques con inocencia—. Ya era hora.

—Cuanto antes —dijo Lesley. Matt rodeaba el sofá con una sonrisa burlona.

—Mejor —continuó Jacques—. Pasaré a recogerte.

—No. Yo… —comenzó, iniciando la carrera en sentido opuesto al de Matt, tratando de encontrar las palabras para preparar a Jacques cuando menos un poco para lo que iba a decirle.

Antes que pudiese agregar algo, lo escuchó decirle que estaría allí en quince minutos y colgó. Se quedó estática, con el auricular en la mano, mientras Matt se subía encima del sofá.

—No se lo dijiste —la acusó.

—¿Qué debía hacer? ¿Querías que solamente le dijera "Oh, y a propósito, no quiero casarme contigo"? Lo haré —prometió con rapidez—. Voy a salir con él.

—¡Claro que no!

—Voy a revelarle todo.

—¿Qué tienes que hablar?

—Tú lo sabes.

—No tienes que salir con él para decirle eso.

—No voy a enviarle una carta.

—¿Y por qué no?

—Porque no. Le tengo más consideración que eso. Y debes estar feliz de que sea así. ¿De verdad te gustaría tener una esposa a quien no le importaran los sentimientos de los demás? ¿Que sólo se preocupara de su vida, sus necesidades y deseos?

—No —respondió Matt quedándose muy quieto—. No me gustaría.

—¿Entonces?

—Ya entendí —le dedicó una sonrisa y no protestó cuando varios minutos más tarde Rita anunció desde la cocina que Jacques había llegado.

Lesley entró en la cocina donde él la esperaba. Parecía muy confiado cuando Lesley entró en la habitación, y ella se sintió mal.

La situación empeoró cuando él se acercó y la besó con suavidad. Se volvió con rapidez, para ponerse el impermeable que colgaba de un gancho, pero Jacques no pareció darse cuenta de que estaba nerviosa.

—¿Qué tal si vamos a tomar una rebanada de pastel? —sugirió.

—Oh… bueno… está bien —estaba confundida. Una parte de ella sentía que no necesitaba audiencia para lo que iba a decirle. Otra parte sospechaba que la distracción de un lugar público podría ayudarla.

Jacques no parecía tener idea de lo que iba a suceder. Silbaba mientras caminaban hacía su auto, y la tomó de la mano.

Conducía un Porsche, que no era accesible para la mayoría de los pescadores de langostas. Pero Jacques no era un pescador promedio. Había trabajado como loco durante los últimos años y tenía varios botes y un negocio floreciente.

—¿Qué otra cosa podía yo hacer cuando me dejaste? —le preguntó después que Lesley regresó de Colombia con los niños, y comenzaron a salir juntos.

Lesley cerró los ojos deseando no haber sido tan tonta. Ya era bastante malo haberlo rechazado una vez, no podía imaginar cómo lo haría ahora.

—Por fin solos —dijo al poner el auto en marcha—; si aún no se ha ido debe estar a punto de hacerlo, ¿no es así?

—¿Por qué? —Lesley frunció el ceño.

—Porque los atraparon —le lanzó una curiosa mirada.

—¿Te refieres a sus captores?

—Sí. No me cabe duda de que lo llamarán, para que vaya y cubra el juicio. Es natural.

—Ya lo llamaron —dijo Lesley cuando Jacques se detuvo frente a la pastelería de Kate.

—¿Cuándo se va?

—No se va.

—Estás bromeando, ¿verdad?

Lesley negó con la cabeza y por un momento deseó haber dejado que Matt le diera la noticia.

—De eso necesitamos hablar.

El establecimiento estaba tan lleno como siempre durante la temporada turística. Una pareja acababa de desocupar una mesa frente a una de las ventanas, y Jacques se dirigió hacia allí, silencioso. Apoyó el codo en la mesa y descansó la barbilla sobre su puño.

—¿Qué sucede?

Antes que Lesley pudiera responder, Kate apareció junto a ellos.

—¿En qué puedo servirles? —preguntó sonriéndole a Jacques.

—Elige tú —respondió él, irritado.

—¿Tienes pastel de ruibarbo?

Kate asintió.

—Tráenos dos rebanadas y dos cafés —dijo Jacques.

Kate asintió y comenzó a alejarse. De pronto se detuvo para preguntar a Lesley si su esposo seguía en el pueblo, mirando a ambos con franca curiosidad. No era ningún secreto que Jacques había salido con Lesley antes que regresara Matt. Pero desde entonces no se les había visto, juntos. Kate debía preguntarse cómo estaban las cosas ahora.

—Sí, sigue en el pueblo —respondió Lesley.

—¿Se va… a quedar? —preguntó Kate mirando brevemente a Jacques.

—Sí —Jacques frunció el ceño y Kate sonrió.

—Eso es maravilloso. Estoy muy contenta por ti —y con otra hambrienta mirada en dirección a Jacques, fue por el pedido. Lesley siguió a la joven con la vista, curiosa.

—¿Qué piensas de Kate Blackledge —le preguntó a Jacques.

—No pienso en ella —replicó él con firmeza. Lesley suspiró. Adiós a su salida fácil—. ¿Para qué se queda Colter? —preguntó Jacques mirándola con intensidad.

—Va a trabajar con el tío Harry.

—¿En un pequeño semanario? ¡Por favor!

—Está escribiendo algo por su cuenta.

—¿Sus memorias? Apenas tiene treinta y cuatro años… No es lo bastante viejo.

Dale dos meses y se habrá ido.

—Dice que se queda, Jacques. Quiere que vuelva con él.

—¿Y qué es lo que tú quieres, Lesley? —preguntó Jacques casi sin respirar.

El mundo giraba a su alrededor, pero ninguno de los dos parecía darse cuenta.

Fue como si de pronto habitaran en un planeta distinto. Lesley pensó que podía escuchar su sangre corriendo por sus venas, o el latido fuerte del corazón de Jacques.

—Yo quiero…. Quiero a Matt —dijo en un susurro apenas audible.

Jacques apretó los labios y el color desapareció de su rostro. Ella buscó su mano para ofrecerle compasión, amistad, algo, cualquier cosa. Pero él saltó como si le hubieran acercado brasas.

—Dos pasteles de ruibarbo y café —dijo la alegre voz de Kate rompiendo la tensión al colocar los platos frente a ellos.

Lesley le sonrió levemente, sin dejar de mirar a Jacques. El color había vuelto a su rostro; de hecho, su rostro se oscurecía. Ella pensó que por la rabia, la furia, y el dolor.

—Lo siento.

Jacques no habló. Levantó su tenedor y apoyó los codos sobre la mesa, con el tenedor entre las manos.

—Sé que lo sientes —no había emoción en su voz. Estaba doblando el tenedor a la mitad.

—¿Acaso no está bueno? —preguntó una voz y Lesley miró sorprendida el rostro preocupado de Kate—. El pastel —añadió ciando ambos la miraron sin comprender.

—Está bien —aseguró Lesley—. Sólo estamos tomando un poco de tiempo —le dirigió a Kate una sonrisa que la otra chica le devolvió apenas.

Su mirada se centró en el rostro de Jacques, que aún tenía el tenedor en las manos. De repente saltó y con una exclamación desapareció para atender a otros clientes.

—Nunca debí aceptar tu proposición de matrimonio —dijo Lesley con rapidez

—. Fue mi culpa. No debí…

—Fue mi culpa —dijo Jacques con pesadez—. Debía suponerlo. Siempre ha sido Colter, ¿no es así? Desde que lo conociste.

—Sí.

—¿De verdad crees que se quedará esta vez?

—No lo sé. Pero si me deja, si rompe nuestro matrimonio, no me casaría con otro. No puede ser, como ves —Lesley le sonrió con tristeza—. Él… me ha arrumado.

Lesley observó el dolor en el rostro de Jacques. Hubiera dado cualquier cosa por ayudarlo, pero sabía que era la última persona sobre la tierra que debía intentarlo. Aturdida inclinó la cabeza para intentar comer el pastel.

Jacques ni siquiera lo probó. Bebió su café y luego que ella hizo todo lo que pudo para terminar el contenido de su plato, él empujó la silla.

—Te llevaré a casa.

Pagó la cuenta sin notar siquiera que Kate le sonreía y sostuvo la puerta abierta para que Lesley saliera. Regresaron al auto en silencio.

No habló en todo el camino. Al llegar puso las manos en el volante y se despidió.

Lesley abrió la boca para decir algo, pero no sabía qué.

—Quisiera… —empezó por fin, pero él la interrumpió.

—¡No!

Ella lo miró y cerró la boca. Él estaba en lo correcto. Nada tenían que decirse.

Salió del auto y Jacques se fue antes que ella entrara.

Cuando llegó, los niños ya estaban en la cama y el tío Harry leía. Matt la esperaba en la escalera, y en el momento en que entró la abrazó.

—¿Estás bien?

—Deberías preguntárselo a Jacques —dijo Lesley con voz ronca.

—Sobrevivirá.

—Sí, sólo que me siento como una rata.

—¿Crees que habría sido mejor casarte con él?

—No.

—Entonces… —le murmuró al oído—. Hiciste lo correcto.

—Sí, pero me siento muy mal de todos modos.

—Vamos —la ayudó a subir—. Vamos a la cama.

Matt ya se había bañado, así que la esperó en la cama, como lo había hecho la noche anterior. Y se sentía tan bien entrar en la habitación y encontrarlo allí, que Lesley pensó en lo que haría si alguna vez entraba y no lo encontraba.

Se quitó el camisón, apagó la luz y se deslizó en la cama, a su lado, abrazándolo casi con fiereza.

—Hey, ¿qué es esto? —rió con suavidad.

—Tengo miedo —admitió temblando. Aprendí a estar sin ti una vez, pero no creo poder hacerlo de nuevo —susurró.

—Bueno, tranquila —le acarició el cabello, la puso de espaldas y se acomodó a su lado—. No iré a ninguna parte —la besó descubriendo la necesidad que sentía e igualándola con la propia. De repente, agregó—: Bueno, eso no es exactamente verdad —ella se puso rígida.

—¿Matt?

—Sshh —la calmó, y ella pudo escuchar la risa en su voz—. El próximo fin de semana tenemos que ir todos a Newport a ver a mis padres.

Aquella noticia estaba lejos de tranquilizar a Lesley. Los padres de Matt eran muy diferentes a ella. Hamilton Colter había hecho carrera en el servicio exterior y su esposa de sangre azul, Elizabeth, participaba en obras benéficas y siempre le habían parecido a Lesley más remotos que el Everest. Siempre eran muy amables, y trataban de animarla.

—Estoy segura de que debe haber alguna causa en el hospital en la que puedas colaborar —le dijo la madre de Matt a Lesley la primera vez que se vieron.

—Estudio enfermería.

—Sí, querida —respondió Elizabeth, ausente—. Nuestro grupo reconstruyó el ala de pediatría del hospital de Newport el año pasado. Fue muy gratificante. Lo encontrarás muy satisfactorio, y te dará algo que hacer mientras Matthew está fuera.

Lesley sonrió y no dijo más a su futura suegra. Entonces no sabía que Matthew iba a alejarse con tanta regularidad. Ni siquiera lo había pensado.

Pasó el resto de la semana preocupándose por la visita a sus suegros. Apenas había tenido contacto con ellos desde que se separó de Matt. Ellos no la habían buscado y Lesley no se había puesto en contacto con ellos. La única vez que estableció contacto, fue poco después de que supo que Matt estaba prisionero.

Les había escrito desde Colombia, ofreciéndoles todo el apoyo que pudo.

Recibió una tarjeta impresa en la que le agradecían su preocupación. De pronto se dio cuenta de que era posible que nunca hubiesen visto siquiera su carta, y que le hubiese respondido una secretaria.

No sabía qué pensaban acerca de su separación de Matt ni cómo tomarían la reconciliación. Y no tenía idea de cómo reaccionarían ante la noticia de que ya tenían dos nietos grandes.

—No te preocupes por eso —le aseguró Matt.

—¿Les contaste sobre ellos?

—¿Decirles qué?

—De Teddy y Rita.

—Seguro.

—¿Y qué dijeron?

—Creen que es maravilloso. No te preocupes.

Pero Lesley se preocupó de todos modos.

Para el viernes, Matt subió a los niños al automóvil y se despidió del tío Harry, dirigiéndose al sur. Se le notaba muy tenso.

—¿No quieres ir? —le preguntó Lesley.

—Claro que sí, ¿por qué no?

—Tú dime. Te veo un poco nervioso.

—No lo estoy.

—Yo no diría lo mismo —replicó, tranquila. Matt siempre había tenido una buena relación con sus padres—. De seguro hace poco los visitaste.

—No los he visto.

—¿Y cuando estuviste en el hospital?…

—Ni siquiera entonces.

—Estuviste en Washington una semana. Tu padre va allá constantemente.

—Mi papá es un hombre muy activo. A pesar de estar retirado, no pasa mucho tiempo en casa. Está en quién sabe cuántos comités, comisiones y cosas por el estilo.

La mitad del Congreso tiene negocios con él.

—Sí, pero… —si él decía que no los había visto, así era—. Bueno —dijo Lesley un momento después—, no es de extrañar que estés un poco nervioso. Ha pasado mucho tiempo.

—¡No estoy nervioso! —gritó Matt con súbita vehemencia. Tal vez esa no era la palabra, temperamental parecía mejor.

Lesley no habló hasta que estuvieron cerca de la frontera de Massachussets.

—¿Quieres que conduzca?

—No.

—¿Seguro?

—Estoy bien —replicó. Pero antes que llegaran a Boston se quejaba de un dolor de cabeza.

—Vamos a detenernos para comer —sugirió Lesley—. Luego yo conduciré.

Esta vez Matt no replicó.

Para los estándares de Newport, la casa de los Colter era una cabaña, para los de Lesley era un verdadero palacio. La primera vez que la vio había caminado con la boca abierta por todo el lugar.

Matt levantó a Rita, quien estaba medio dormida, y la llevó entre sus brazos mientras se acercaba a Elizabeth. La mujer bajó por la escalera para darle un abrazo y un discreto beso en la mejilla.

—¡Matthew! Es maravilloso verte.

—A ti también, mamá —le sonrió y la besó en la mejilla.

—Siento mucho no haber podido ir a Washington a verte cuando estabas en el hospital. Era mayo, tú sabes. Siempre tenemos la rifa para los desamparados en ese mes.

—Lo sé… —comenzó, pero ella continuó.

—Te veo estupendo, de cualquier modo. Debes morirte de ganas por regresar.

Matt no hizo comentarios, sólo sonrió vagamente aceptando el fuerte apretón de manos de su padre.

—Me da gusto verte, hijo.

Hamilton Colter era una versión más vieja de su hijo. Tenía la mirada penetrante, y ahora la fijaba en su heredero, valorándolo para finalmente emitir un juicio.

—Tu madre está en lo correcto. Te veo bien. Sabía que así sería. Los Colter pueden con cualquier cosa. Sabía que estarías bien en poco tiempo. ¡Ese es mi hijo!

—Hablando de hijos —intervino Lesley, con Teddy a su lado—, nos gustaría presentarles a los nuestros —añadió mientras Matt dejaba a Rita en un escalón y mantenía una mano protectora sobre su hombro—. Él es Teddy y ella es Rita.

—Encantados —dijo Elizabeth sonriéndoles y acariciando la mejilla de la niña

—. ¡Qué linda eres! —luego se volvió a ver a Teddy—. ¡Y qué guapo muchacho!

Estoy segura de que sus papás estarán orgullosos.

—Sí, señora —dijo Teddy. Rita simplemente la miró.

—Vamos, vamos —Elizabeth los guió por la escalera, hacia el interior de suelos de mármol—. Siéntanse como en casa.

—Parece un buen muchacho —dijo el señor Colter refiriéndose a Teddy—. Se para derecho. Eso me gusta. Demuestra que tiene confianza. Hará muy buen papel.

—Sí —estuvo de acuerdo Lesley—. Creo que lo hará.

—Como Matt —continuó Hamilton—. Y yo, y mi padre antes de mí —se apresuró para caminar al lado de su hijo, y Lesley lo escuchó decir—. Supe que atraparon a los infelices que te tuvieron preso. A un par de ellos, según creo —Matt asintió—. ¡Gracias a Dios! Piensa en todos los artículos que podrás sacar de eso.

¿Cuándo te vas?

—Oh, vamos a hablar de otra cosa, Hamilton —intervino la señora Colter, guiándolos hacia la sala en la parte de atrás de la casa—. Matthew acaba de llegar.

Vamos, Lesley, Carrie les mostrará dónde alojaremos a los niños. Tal vez quieras ver que se acuesten. Luego tú y Matt pueden venir a conversar con nosotros —mientras hablaba, sonrió a la sirvienta.

Lesley la recordaba de la primera vez que había visitado la casa.

—Estará muy bien —pero antes que pudiera seguir a Carrie por la escalera, Matt tomó a Rita en brazos y dijo:

—Yo los llevaré. Creo que yo también estoy muy cansado. Los veré por la mañana.

—Pensé que podríamos tomar un brandy y charlar, Matt —dijo Elizabeth Colter un poco sorprendida por la actitud de su hijo.

—Mañana. Estoy molido —respondió Matt negando con la cabeza—. ¿Vienes, Les?

Ni siquiera tenía que preguntar. Por nada del mundo se hubiera quedado Lesley con aquella peculiar pareja.

—Sí, voy —dirigió a sus suegros lo que esperaba fuese una sonrisa agradable, ya que sabía que apreciaban esa cualidad por encima de lo demás, y añadió—: Espero que nos disculpen.

—Sí, querida, adelante —replicó Elizabeth—. Tú y yo tendremos bastante tiempo para conversar por la mañana. Estoy segura de que Hamilton entretendrá a Matthew durante horas y horas.

Y el señor Colter lo hizo. Cuando Lesley despertó, era bastante tarde y estaba nublado. Matt ya no estaba en la cama. Rodó sobre el colchón y se sintió triste por la ausencia de su marido. Apenas había pronunciado palabra después de acostar a los niños. Pero cuando apagó la luz y ella se deslizó a su lado, esperando acurrucarse en sus brazos y dormir como un ángel, descubrió que estaba en un error. En menos tiempo del que le había tomado ponerse el camisón, Matt se lo quitó.

—Matthew —había protestado—. ¡Tus padres!

—Su habitación está al otro lado del mundo —Lesley se dio cuenta de que exageraba demasiado.

—Pero…

—Sshh —murmuró, silenciándola con sus labios persuasivos—. Ámame.

Ahora.

Momentos después, cuando se unió a ella, separó los labios sólo para murmurarle cuánto la necesitaba, y para demostrárselo con una desesperación que la sorprendió.

Más tarde volvió a despertarla, y le hizo el amor con la misma pasión. Y

después, cuando ya estaba dormido, seguía abrazado a ella como si fuera una boya en un mar tormentoso.

Al despertar por la mañana, sin embargo, se encontraba sola. Se estiró y bostezó, aún preguntándose a qué se debería la urgencia de Matt.

Sonrió mientras se duchaba y vestía. Esperaba encontrar a Matt y pasear con él.

Se asomó a la habitación de los niños antes de ir a buscarlo, pero también ellos habían bajado. No fue difícil hallarlos. Desde el recibidor pudo escuchar la voz de Rita, conversando con la cocinera acerca de su vida académica. Cuando llegó a la cocina, pudo ver que Teddy estaba afuera con su abuela, recibiendo un paseo guiado por los jardines.

—Buenos días, señora Lesley —saludó la cocinera sirviéndole una taza de café

—. Espero que haya dormido bien.

—Muy bien, gracias —replicó Lesley—. Ahora me gustaría dar un paseo. ¿Sabe en dónde está Matt?

—En el estudio, con el señor Colter. Ha estado allí desde temprano. ¿Quiere huevos con jamón o cereal, señora Lesley?

Al final no importó lo que Lesley deseara, porque la empleada le dio de todo, diciendo que necesitaba engordar. Tampoco pudo ir de paseo con Matt, quien permaneció mucho tiempo encerrado con su padre. Por fin, se disculpó con su suegra y salió a pasear con los niños.

—No me molesta. Creo que es maravilloso lo que estás haciendo —le dijo la mujer dando unos golpecitos a Rita en la cabeza—. Además, estoy segura de que Matt tiene mucho de qué hablar con su padre.

Lesley se preguntó qué tanto tendría Matt que hablar con su progenitor. Él casi no le había contado acerca de su cautiverio. Ahora podía dormir porque estaba con ella. Y si ocasionalmente despertaba gritando, le echaba los brazos al cuello y lo tranquilizaba para que pudiese conciliar el sueño.

Él siempre había idolatrado a su padre. Tal vez, pensó con envidia, Matt le liaría confidencias que le ocultó a ella.

Llevó a los niños a un paseo un poco más largo del que había pensado. Por fin, Rita se cansó y Lesley decidió regresar.

Llegaron a la hora de la comida. Pero ni Matt ni su padre estaban allí.

—Siguen encerrados —explicó Elizabeth encogiendo los hombros.

Era obvio que Matt le estaba diciendo todo a su padre, y Lesley se sintió un poco celosa. Ordenó a los niños que se lavaran las manos, deseando que se comportaran tan bien durante la comida como lo habían hecho en presencia de su abuela.

Felizmente lo hicieron. Después de la comida fueron a jugar al jardín, dejando a Lesley con su suegra.

—Me da mucho gusto que tú y Matthew hayan arreglado sus diferencias —dijo de pronto Elizabeth.

Lesley parpadeó.

—Debería decir —continuó la señora Colter—, que no me sorprendió mucho saber que se separaron. Se lo dije a Hamilton cuando se casaron: "esa chica no sabe en lo que se mete". Estoy segura de que ignorabas la clase de hombre que era Matthew y no lo entendías —dijo Elizabeth sirviéndole un poco de té—. Pero veo que ahora lo haces —Lesley alzó las cejas preguntándose por qué su suegra había deducido aquello—. Lo supe en el momento en que Matthew me contó sobre los niños. Fue algo muy generoso hacerse cargo de un proyecto así.

—Yo no creo que haya sido generoso —respondió Lesley.

—Oh, pero querida… —Elizabeth la miró, desconcertada.

—No pude hacer otra cosa.

—Seguro que…

—Teddy y Rita eran mis amigos —intentó explicar—. Conocí a su madre y a su abuela. Después del temblor, quedaron solos. Todos estábamos solos —añadió mirándolos jugar en el jardín, y recordando lo necesitada que se había sentido de su compañía.

Elizabeth la miró como si Lesley estuviese hablando en un idioma extraño.

—¡Oh, querida! —exclamó como si Lesley acabara de confesar una terrible debilidad y rápidamente cambió de tema, iniciando un largo monólogo acerca de un baile de caridad que iban a hacer para beneficio de los niños paralíticos de la región.

La conversación no volvió a temas personales durante casi una hora. Entonces Elizabeth preguntó:

—¿Cuándo volverá a irse Matt?

—¿Irse?

—Regresar al trabajo.

—Oh —Lesley movió su té que para ese momento ya estaba helado—. Yo… No creo que… Quiero decir, ahora está trabajando.

—¿Ahora? —Elizabeth la miró fijamente.

—Está escribiendo por su cuenta, y trabaja con el periódico de mi tío Harry…

Lo recuerda. Cuando se retiró, se hizo cargo del periódico de Day's Harbor.

—¿Y Matthew colabora con él? —preguntó, incrédula.

—Escribiendo artículos, editando, corrigiendo. A veces hasta imprime.

—Oh, sí. Pero seguramente sólo lo hacía mientras se recuperaba —dijo Elizabeth con una pequeña carcajada.

—Él… dice que no.

—¡Tonterías! Tiene obligaciones, responsabilidades —miró a Lesley, como si esperase que ella siguiera con la letanía.

La joven, preocupada, no dijo una palabra. Elizabeth puso su taza en el plato y se levantó. Se paseó inquieta por la habitación, mirando distraída la puerta cerrada del estudio, y luego a Lesley. Por fin se detuvo de repente y exclamó:

—¡No puede hablar en serio!

—No lo sé.

—Estoy segura de que sólo lo dice, querida. Matthew conoce sus responsabilidades, su verdadera misión en la vida. No vegetaría en un oscuro pueblo pesquero de Maine, ¿no es así?

Lesley se preguntó qué era lo que esperaba que contestara.